Ricochet Robots – Alex Randolph – 1999
Antes de que empiece la jornada, en el inmenso almacén en penumbra se respira un orden que solo puede ser el resultado de una eficiencia extrema, de un absoluto control. Dispersados por la instalación, pueden distinguirse las cuatro siluetas de los operarios robóticos, inmóviles y expectantes. El silencio es sepulcral…
De pronto, desde el centro del almacén, apenas un rumor delata la puesta en marcha de un mecanismo, y un panel moteado de luces entra en acción proyectando un símbolo incomprensible para la mente humana. Los cuatro robots operarios, sin embargo, comprenden de inmediato: se trata del código identificativo de uno de los productos allí almacenados, que debe ser localizado y depositado en su correspondiente dispensador. Con un repentino chasquido, el enorme almacén queda bañado por la luz cegadora proyectada por los potentes focos del techo. Como un solo hombre –bueno, un solo robot– los cuatros operarios parecen volver a la vida. En décimas de segundo, sus veloces procesadores evalúan la situación, y, atendiendo a su implacable programa, salen disparados para cumplir con las altas exigencias de eficacia para las que fueron diseñados.
El único inconveniente es que por un fallito de nada en sus sistemas, ejem, una tontería, los concienzudos robots son incapaces de cambiar de dirección hasta que no se estampan contra alguna pared o algún otro obstáculo que frene su carrera… Habrá que echarles una mano…
Con este planteamiento, en Ricochet Robots los jugadores deberán encontrar en menos de un minuto el camino más corto que deberá seguir un robot para entregar el pedido –¡la eficiencia es lo primero!–, teniendo en cuenta el pequeño inconveniente de los frenos, claro… La cosa, desde luego, tiene guasa.
Las reglas son sencillas, muy sencillas; las partidas duran una media hora (lo cual aumenta el riesgo de querer repetir); puedes jugar solo o con hasta más de diez jugadores. Para niños de 8 a 99 años.
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