La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes.
Sospechamos que esa frase de un conocido filósofo alemán no sería del gusto de Mark Watney, el protagonista de esta película de Ridley Scott, basada en el existoso libro de Andy Weir, El marciano. Tras decenas de soles marcianos (un sol marciano es el equivalente al día terráqueo y es ligeramente superior en duración), este solitario astronauta sigue abandonado a su suerte en la minúscula base marciana cual naúfrago en el Pacífico.
Siguen pasando los soles y Mark tiene que ingeniárselas para sobrevivir hasta la llegada de la siguiente misión tripulada a Marte, cuatro años después. Los víveres, el agua, el oxígeno… todos sus recursos acabarán por agotarse. Y no tiene ayuda ni contacto humano. Lo abruman la absoluta soledad y la certeza inexorable de que la muerte acabará por llegar.
¿Cómo lograr no desesperar en una situación de peligro constante sin más ayuda que tus propios recursos? La fórmula de nuestro particular Robinson Crusoe marciano es simple: buen humor e inteligencia a raudales. Cuando lo tienes todo perdido, sólo te queda la esperanza y el optimismo. Cada paso dado, cada meta alcanzada es motivo suficiente para sonreír y no cejar en tu empeño: lograr orientarte en el planeta rojo gracias a su pequeña luna Fobos, emular a El granjero de las estrellas y cultivar patatas, en este caso empleando de abono tus propios excrementos —qué se le va a hacer—, sintetizar agua potable quemando combustible del cohete para combinar hidrógeno y oxígeno o conseguir un módulo de comunicación gracias a una antigua sonda marciana enviada décadas atrás.
Si quieres sobrevivir y no volverte tarumba, sigue el ejemplo de nuestro astronáufrago: dedica todo su tiempo y conocimientos (nuestro protagonista es ingeniero y biólogo) a luchar contra las múltiples adversidades e infortunios que te asaltarán desde que quedaste varado en este desolado planeta. En su caso no tiene más compañía que las patatas que ha logrado cultivar y la música disco-hortera de una de sus antiguas compañeras de expedición… Y Marte, claro.
El otro protagonista de esta película. El sobrecogedor paisaje marciano te dejará sin palabras mientras lo recorres montado en tu “rover”, con su infinito cromatismo rojizo, el silencio sepulcral de ese mundo sin vida, ese brillante punto azul en el firmamento nocturno que reconoces como tu hogar y la inmensurable majestuosidad del monte Olimpo en el horizonte, la montaña más alta del sistema Solar.
Marte es una película sobre la soledad y el afán de superación de un espíritu excelente. No sabemos si Mark Watney estaría de acuerdo con el filósofo alemán. Nosotros sí.
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