«Vaya al Oeste, joven». La frontera. Territorio salvaje, por explorar, lleno de aventuras y oportunidades.
Para generaciones de niños y jóvenes, el western era el género por antonomasia de las aventuras. Películas, juegos de vaqueros e indios, y la primera sensación de que hay un mundo mas allá de las paredes de casa.
«¿Y si trasladamos el western al espacio?», pensó Isaac Asimov cuando en los años 50 ideó al personaje de Lucky Starr, un ranger del espacio con la misión de defender la ley en «la ultima frontera».
A la maravilla de la técnica y la imaginación de nuevos mundos todavía por descubrir, Asimov añadió los personajes duros del forajido, el ranger solitario y algún que otro más propio del cine de gánsters para devolver a los jóvenes lectores la ambición por ser un pionero, un colono, un ranchero, un buscador de oro o un sheriff, quizá no en el Oeste, ya explorado y habitado, sino mas allá de los limites del planeta, en las estrellas.
Así, en Lucky Starr, el ranger del espacio, conocemos a David Starr, un ranger que debe investigar un envenenamiento masivo por alimentos cultivados en las granjas de Marte, donde un sindicato de granjeros que recuerda a los estibadores de La ley del Silencio controla la producción y pronto hace enemigos que intentan acabar con él. Pero el afortunado –»Lucky»– ranger Starr sobrevive con la ayuda de unos inesperados aliados y, adoptando la identidad enmascarada del «Ranger del Espacio», consigue enfrentarse a los enemigos y resolver el misterio, haciendo uso de su ingenio y de la tecnología habitual en las historias de ciencia ficción juveniles.
Podemos ver con facilidad en Lucky Starr a un trasunto del Llanero Solitario, incluyendo la máscara y un amigo nativo, en este caso el joven granjero marciano
Bigman, personajes en uno de esos entornos propios de Asimov, en los que la aventura y la exploración espacial, salpicadas de física, robótica o demografía, hacen las delicias de lectores de todas las edades.
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