El nombre del mundo es Bosque (The Word for World Is Forest – Ursula K. Le Guin – 1976)
Un grupo de forasteros llega a una tierra fértil e inhóspita y la arrasa, expolia su hábitat, sus recursos, llevándoselos a su agonizante lugar de origen. Para ello somete o masacra a los nativos y todo ello plenamente convencidos —o al menos la mayoría— de que están cumpliendo con su deber. Todo esto ya nos suena, ¿no?
¿Así que lo que tú quieres es construir este mundo a imagen y semejanza de la Tierra? ¿Un desierto de cemento?
La novedad aquí radica en que el ser humano ha trasladado sus atropellos al espacio. Concretamente al planeta Athshe o Nueva Tahití, cubierto de masa forestal y poblado por los creechis, una pacífica raza humanoide de verde pelaje con la capacidad de alternar su realidad entre la vigilia o el sueño, y que se verá obligada a evolucionar para combatir al enemigo invasor.
Este enemigo está representado por el capitán Davidson, obsesionado con transformar el planeta en un lugar limpio y ordenado para los humanos. Su ambición se ve en peligro debido a la rebelión liderada por Selver, un creechi que logra escapar de los trabajos forzados y que tiene una cuenta pendiente con Davidson. Otro personaje que también hará lo posible por entorpecer las intenciones del capitán es el investigador Lyubov, al que le une una gran amistad con Selver.
Aprovechando un conflictivo choque de culturas que resulta familiar tanto en entornos reales como ficticios (véase Los desposeídos o La mano izquierda de la oscuridad, de la misma Le Guin), la autora nos permite adoptar el papel de antropólogos y descubrir la peculiar sociedad de los creechis y sus esfuerzos por salvar su mundo a pesar del coste que les pueda suponer. ¿Lo conseguirán o están destinados a desaparecer?
El argumento de El nombre del mundo es Bosque bien podría pasar por una crónica o reportaje de una organización medioambiental. A pesar de su corta extensión da pie a reflexionar sobre el supremacismo, la ecología o el pacifismo, temas de actualidad tratados aquí con gran habilidad y que gustará a los lectores que empiezan a concienciarse —o que ya lo están— sobre la imperiosa necesidad de actuar ante la degradación de nuestro planeta.
Si el bosque perece, la fauna puede extinguirse junto con él. La palabra que para los atshianos designa el mundo designa también el bosque.
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