La aventura del universo (The journey of the Universe – B. T. Swimme y M. E. Tucker – 2011)
Hay libros que, una vez leídos, me dejan la sensación de haber encontrado una pieza importante, significativa, de este rompecabezas permanente que los humanos llevamos encima. Me pasa lo mismo con ciertas composiciones musicales, cuyas melodías me causan una emocionante sensación de que todo encaja, de… perfección. Es como si sus autores hubiesen logrado captar algo esencial y, por si fuera poco, destilarlo para que los demás podamos apreciarlo.
Curiosamente, fíjate tú, muchos de esos libros y de esas composiciones, no son piezas “voluminosas”. Son libros de poco más de cien páginas, de aspecto discreto; o simples fragmentos de canciones. Libros y melodías que, cuando vuelvo a ellos, invariablemente, me causan una emoción singular, como aquella expresión de asombro y alegría vital que aparece en el rostro de un niño cuando persigue los alocados e imprevisibles rebotes de una pelota.
“Cada vez que dirigimos nuestra mirada al cielo y admiramos la belleza estremecedora del universo, somos en realidad el universo reflexionando sobre sí mismo. Este asombro es el inicio de filosofar. Y esto lo cambia todo.”
Este libro es una de esas piezas que te deja la sensación de que, en la historia que cuenta, de algún modo, lo explica todo, lo contiene todo. Porque de eso trata “La aventura del universo”, de una aventura que empieza con una explosión de polvo de estrellas, un incesante torbellino de creación y composición de piezas cada vez más complejas, tan complejas como nosotros mismos. Y cuanto más avanzamos en la historia, mayor es la impresión de que todo y todos somos parte de esa inabarcable sinfonía tan asombrosa como terrible que es el universo. Una vibrante sinfonía que nos viene sonando desde que tenemos consciencia, sin saber de dónde proviene, pero con la profunda sensación de haberla conocido siempre.
Este es un libro que, como aquellos otros libros y melodías, me gustaría que leyera y escuchara todo el mundo –sí, este tipo de libros, además, suenan–, y compartir así esta aventura de la que hemos surgido y participamos, con esa mirada que brilla en los ojos de un niño ante el fabuloso espectáculo de la existencia.
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