Nos encanta jugar, hasta con las ideas. ¿Qué es la imaginación si no un jugar con ideas? De hecho, hay algunas ideas con las que venimos jugando desde tiempos remotos; tanto que incluso llegamos a convertirlas en realidad.
Una de estas ideas «obsesivas» es, sin duda, la de crear máquinas, objetos mecánicos que nos faciliten determinadas tareas o incluso que las realicen por nosotros. Y, claro, cuanto más parecida sea la máquina a un ser humano, mejor podrá realizar las tareas de un ser humano.
Así que podemos entender que ya en la mitología griega encontremos a un dios, Hefesto, que se fabricó a unas hermosas sirvientes de oro, la mar de capaces y con todo lujo de detalles. Y desde entonces hasta aquí, semejante idea ha dado y sigue dando mucho juego, hasta el punto de convertirla en realidad.
Con la invención de la máquina de vapor y la Revolución Industrial, las máquinas se convirtieron en las principales protagonistas de todo un cambio de era para el ser humano. Y como todo cambio, generó tanto miedos y recelos como esperanzas en un progreso cada vez mayor, dando lugar a reflexiones y especulaciones en las que, como ya sabemos, el género de la ciencia ficción jugó y juega un importante papel.
Uno de esos miedos ha sido siempre que las máquinas acaben por controlar a sus creadores, al ser humano, una idea que se repite una y otra vez en novelas, películas, series, cómics… De hecho, el término «robot» se acuñó precisamente a partir de una obra de teatro de ciencia ficción –de allá por 1920– en la que una empresa construye humanos artificiales para realizar trabajos; sin embargo, tales criaturas son capaces de pensar y acaban revelándose y destruyendo al ser humano.
Como digo, la idea más habitual era que esas máquinas, esos «robots» eran tan sorprendentes como temibles, y en la ciencia ficción solían aparecer como «los malos», representando siempre una seria amenaza para el héroe de turno o para la humanidad entera. Hasta que llegó nuestro insigne Isaac Asimov…
En los años 40 del siglo XX, Asimov, en su serie de relatos sobre robots que se publicarían como la famosa obra Yo, robot, acuñó la palabra «robótica», una ciencia especializada en la creación y desarrollo de robots, ciencia que en nuestros días es una realidad. A Asimov aquello de que los robots inteligentes tuvieran que ser necesariamente malvados y un peligro para la humanidad le parecía una tontería; después de todo, si los construíamos y los programábamos nosotros, de nosotros dependería cómo se comportarían aquellos robots. Y para fundamentar su idea formuló las famosas Tres Leyes de la Robótica (que, en realidad, son cuatro), unas condiciones lógicas que se incluirían en la programación de los robots y que impedirían que pudieran causar mal alguno a los seres humanos.
Desde entonces, la variedad de robots –y de sus hermanos mayores, los androides, robots con apariencia humana– que hemos llegado a imaginar y hemos podido conocer a través de novelas, películas, series, dibujos animados, cómics, etc. es infinita: de todas las formas y colores, desde los más malvados hasta los mejores compañeros.
Y todo ese derroche de imaginación ha influido e influye a la hora de materializar esa idea que nos acompaña desde hace tanto tiempo, a la hora de que los robots sean una realidad en nuestro mundo de hoy. Los robots ya están aquí, y cada vez más forman parte de nuestra vida cotidiana, planteándonos cambios, desafíos, miedos y esperanzas. Afortunadamente, a base de entretenernos con la ciencia ficción, muchos de esos cambios y desafíos no nos cogerán por sorpresa.
En esta dimensión, no les tenemos ningún miedo. We love robots!
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